Por Patricia Rodríguez
Xalapa, Ver.-“A los 14 años hice una historieta, según yo. Mis parientes dijeron que era yo muy bueno. Y desde entonces me lo creí y me perdí para para toda la vida porque ya no pude escapar”, confiesa Melchor Peredo, uno de los últimos artistas del muralismo mexicano que ha llevado su obra a la escena internacional.
Era la época en que Diego Rivera estaba en su apogeo, quiso ser pintor y socialista como él. Fue cuando descubrió el artista que llevaba dentro, que se inspira con las emociones a flor de piel y que se concentra durante horas para narrar la historia de México.
Aunque nació en lo que hoy se conoce como Ciudad de México, Melchor Peredo ha echado raíces en Xalapa. Desde hace décadas ha hecho suya la ciudad, donde lo admiran por su gran talento y sus murales como los de Palacio de Gobierno y del antiguo reciento de Justicia han dejado una huella imborrable del tiempo.
Su obra se puede ver en edificios y paredes de diferentes partes del país, pero también en el extranjero: Francia y Estados Unidos. Además ha documentado los murales no catalogados como una forma de conservar la historia de esta corriente que inició en la década de los 20`s con Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros.
Ha sido un nómada. Vivió en Canadá, París, Arkansas y antes de llegar a Xalapa, pasó varios años en Acapulco. En todos los sitios donde ha estado alterna la pintura con la docencia y se da espacio para dar conferencias.
II
La madre del artista tocaba el piano y estudiaba en el Conservatorio de México, cuando su padre, quien participó en la película histórica del cine mudo Santa, era maestro de mímica en el mismo lugar. Ahí se conocieron y se enamoraron.
Con tres hermanos, sólo él se dedicó a la pintura y otro de ellos volcó su vida al teatro y destacó a nivel internacional con un grupo amateur que recién cumplió cinco décadas.
“Han llevado obras hasta con la princesa de Mónaco y acaban de cumplir 50 años con su grupo amateur, que nunca han querido hacerlo profesional, pero que es mejor que muchos, para ellos escribió Carballido, Arguelles”, relata.
III
El muralismo mexicano, esa corriente con fundamento socialista, nacionalista y de servicio a las mayorías, no ha muerto, porque él continúa con vida. Así lo define mientras suelta una carcajada sonora.
¿El mural sigue vivo? Esa misma pregunta se la planteó su esposa antes de casarse. Realizaba un trabajo de tesis sobre el muralismo y, como parte de la misma, lo entrevistó para conocer su punto de vista.
“Se vino a investigar quién era yo y aquí se quedó. Y ya se casó conmigo”, confiesa.
Desde su taller, aprovecha para señalar que no es lo mismo “paderismo” que “muralismo mexicano”. El primero es solo pintar las paredes, mientras que el segundo surgió entre el año 1921 y 1923 con un fundamento de arte democrático. “Esos principios se perdieron después, porque se dieron hasta murales abstractos”, señala.
Sus canas contrastan con su tez morena, sus cejas obscuras y su bigote blanco provocan el mismo efecto. La camisa clara de manta y botas Caterpillar lo acompañan mientras pinta y cuenta historias. Ha narrado pasajes de la Revolución y la Independencia de México, ha dado vida a Ignacio de la Llave y su participación en la Guerra de Reforma, lo mismo que recreo la batalla histórica de Camarón de Tejeda contra los franceses.
“Siguiendo esos principios, el único que los continúa soy yo… de ese muralismo”.
Sus pinceles ahora forman una silueta de un indígena que observa a la distancia la llegada de una flotilla de barcos, eran los españoles en busca de conquistas, tierras y tesoros. Trabaja en una serie de murales que contarán la historia del primer asentamiento en América, desde la llegada de Hernán Cortés, el traslado de la villa, hasta la constitución del ayuntamiento. Busca dejar una afirmación iconográfica de Veracruz.